viernes, 14 de septiembre de 2012

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Me encantaba hablar contigo hasta altas horas de la madrugada. ¿Sabes? Era tan,,, reconfortable. Aquel "no, no quiero dormir; él está ahí", pero te quedabas frita con aquel portátil tan horrible, deseando que, al despertar, no se le hubiese acabado la batería y pudiese leer lo que me escribiste. Y cómo caía la vergüenza sobre mí cuando te veía, me sonrojaba, me mordía el labio superior y me miraba muy atentamente los pies. Y cuando levantaba la vista tú me acuchillabas con un "te quedaste dormida anoche" con esa cara tierna de niño pequeño, queriendo que me sintiese culpable, y consiguiéndolo.

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