sábado, 25 de junio de 2011

Libros: La elegancia del erizo.

Lloro a lágrima plena, viva, buena y convulsiva, perpleja pero
incomprensiblemente feliz de la transfiguración de la mirada triste y severa de Paloma
en pozo de calor donde encuentra consuelo mi llanto.
—Dios mío —digo, calmándome un poco—, Dios mío, Paloma, ¡vas a pensar que
soy una tonta!
—Señora Michel —me contesta ella—, ¿sabe una cosa?, me devuelve usted un poco
de esperanza.
—¿Esperanza? —digo, sorbiéndome la nariz en un gesto patético.
—Sí —me asegura—, parece posible cambiar de destino.
Y permanecemos ahí largos minutos, cogidas de la mano, sin decir nada. Me he hecho
amiga de un alma buena de doce años que me provoca un hondo sentimiento de gratitud,
y la incongruencia de este apego disimétrico en edad, condición y circunstancia no
alcanza a empañar mi emoción. Cuando Solange Josse se presenta en la portería para
recuperar a su hija, nos miramos las dos con la complicidad de las amistades
indestructibles y nos decimos adiós con la certeza de un cercano reencuentro. Una vez
la puerta cerrada, me siento en el sillón frente al televisor, con la mano en el pecho, y me sorprendo a mí misma diciendo en voz alta: quizá vivir sea esto.

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